Para los cabezudos y para los niños sus encuentros son un juego más o menos serio. Debajo de las ocho cabezas y de los tres caballicos chepes que forman parte de la Comparsa de Gigantes y Cabezudos de Estella se encuentran personas de carne y hueso, con nombres propios, que ponen el alma, más o menos malvada, según las circunstancias, al Berrugón, el Boticario, el Tuerto, el Roba Culeros, la abuela y el abuelo chocho y la pareja de aragoneses.
Tres de los cabezudos cobran vida en este reportaje gracias a la dedicación de sus portadores: Jonathan Jiménez Herrero, de 21 años y cabezudo desde hace nueve; Héktor Ezkurra Vicente, de 20 años, y nueve de experiencia; y Luis Urra Armañanzas, con 39 años y ocho en la comparsa. Cada semana de fiestas, Jiménez, Ezkurra y Urra se transforman en ‘La abuela chocha’, ‘El aragonés’ y ‘El Tuerto’, respectivamente, soportando los entre 10 y 15 kilos de cada una de las cabezas.
Los tres comparten la ilusión de participar así de las fiestas, una tradición que en algunos casos es familiar. Los tíos de Jonathan Jiménez fueron cabezudos y ahora llevan los gigantes. “Es una paliza, por el alboroto y el calor, pero te ríes mucho y das alguna que otra corrida. Yo me lo paso muy bien, lo hago porque me gusta”, cuenta Jiménez. “En mi caso, desde pequeño he seguido los cabezudos y tenía ilusión por llevarlos hasta que pude hacerlo, cuanto tenían 11 años. La experiencia es muy buena”, explica Ezkurra.
“Sólo que hay que tener cuidado porque el cabezudo no ve por los laterales. A veces se te cruza un niño o una silleta y no lo ves. Tenemos que tener cuidado a la hora de correr”, completa Luis Urra. En su caso, un aviso puesto por la comparsa solicitando apoyo le convenció para implicarse de esta manera en la fiesta.
Los cabezudos tienen muchas anécdotas y el privilegio de estar muy cerca de los niños. “Muchos niños se asustan cuando te ven con las botarrinas y no hay relación con la edad, depende de cada uno. A veces uno mayor te tiene más miedo que otro de cinco”, cuenta Héctor Ezkurra. “Para la mayoría es como un quiero y no puedo. No quieren que les pegues pero si les pegas algunos piden más o te dicen que les pegues más fuerte”, explica Luis Urra.
“Y muchos niños nos conocen por la calle. Y nos llaman por nuestro nombre de cabezudo. La verdad es que cuando los ves disfrutar sale tu faceta de niño y, aunque estés cansado y con mucho calor, compensa”, añade Jiménez.
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No hacemos daño, es sólo un juego
La abuela chocha, El aragonés y El tuerto responden a las grandes dudas que tienen los niños
¿Los cabezudos sois buenos o sois malos?
‘La abuela chocha’: Somos medio buenos y medio malos, dependiendo del niño. Si es muy revoltoso le damos más duro”.
‘El tuerto’: “Si nos pinchan nos portamos peor, si no, no. A veces los niños son peores que nosotros, algunas veces ellos nos han pegado”.
¿De qué está hecha la botarrina’?
‘El aragonés’: “De vejiga de cerdo hinchada. Algunos llevan sorpresa, unas piedrecillas. Y el mango es de rabo de toro”.
¿Hacéis daño los cabezudos?
‘La abuela chocha’: “No hacemos daño, es solo un juego. Con la botarrina pegamos a todo el mundo, también a los mayores; así que no se relajen. A veces lo que hacemos es pegar a los padres o a los abuelos para que los niños nos pierdan el miedo”.
‘El aragonés’: “Hombre, si das fuerte puede hacer daño, pero intentamos pegar suave”.
¿Tenéis algún mensaje para los niños?
‘El tuerto’: “Sí, que nosotros también recogemos chupetes”.
‘La abuela chocha’: “A mí una vez me dieron un sonajero. Me sorprendió mucho, fue algo bonito, confían en ti”.
‘El aragonés’: “También les recordamos que el domingo es el único día que no pegamos porque vamos en la procesión. Pero que no se pasen, porque los cabezudos nos quedamos con la cara y podemos tomar la revancha”.