En los últimos años, las cabinas han sido testimonio de tiempos pasados, cuando la comunicación dependía de atinar con las monedas en una ranura y de marcar un número de memoria o apuntado en un papel confiando en que el procedimiento funcionase. En pocos años, los cambios sociales marcados especialmente por la popularización de la telefonía móvil desplazaron el papel fundamental de las cabinas en la calle.
El desuso propició que las diferentes versiones de cabinas presentes en la vía pública se hayan ido convirtiendo en puntos negros, en rincones de suciedad y en mobiliario objeto de vandalismo. Eran elementos urbanos olvidados, en los que casi nadie reparaba, porque siempre habían estado ahí. Hoy, que ya no están, de alguna manera se les echa de menos.
Las cabinas, que fueron esenciales durante décadas, están ya desmanteladas. Estella dijo adiós a las dos cabinas acristaladas que dieron servicio en dos alturas diferentes del paseo de la Inmaculada, a las cabinas de poste de la calle San Andrés y de los portales de la plaza de los Fueros y a la muchas veces customizada, utilizada como reivindicación de barrio, que fue testigo de muchas conversaciones en la plaza Espoz y Mina de San Miguel.