El pasado mes de junio se cerraba definitivamente para el convento de Capuchinos una etapa de más de un siglo de trayectoria desde que los frailes capuchinos se instalaran en el convento en 1902. Los tres últimos religiosos abandonaban el edificio y comenzaba, entonces, un nuevo capítulo en la historia del edificio. Es en 2012 cuando Ramón Barandalla Mauleón, natural de Arróniz, toma contacto con los frailes y comienza a gestarse un proyecto que fructifica con el inicio de las obras en julio de 2014 y su finalización cuatro meses después.
El establecimiento ofrece 54 plazas que se suman a las otras 160 que ya ofrecen los albergues existentes
Durante este tiempo, el edificio, de planta baja más una y una superficie de 1.500 m2, ha sufrido una rehabilitación integral que ha permitido adaptarlo a las necesidades de un albergue y un establecimiento turístico. El resultado es una oferta de 54 plazas distribuidas en 18 habitaciones, todas con vistas a la huerta, de las cuales diez son dobles con baño privado y el resto, habitaciones múltiples para dos, tres, cuatro o seis personas y baño compartido.
ACCESO AL CORO DE ROCAMADOR
En la planta baja se ubican una recepción, dos baños, la sala de espera y una habitación para el hospitalero. La planta primera alberga las habitaciones, un salón de descanso o de lectura con televisión, la cocina del convento, que en un principio prepara únicamente los desayunos, y otra cocina más pequeña para el uso del peregrino. Además, el pasillo está conectado con el coro de la iglesia de Capuchinos, que alberga una imagen de la Virgen de Rocamador, con acceso libre para el peregrino.
Cabe recordar que, con el inicio de la rehabilitación, se cesaron los oficios religiosos en la iglesia, si bien está previsto que se retomen en breve pensando también en el peregrino. Al alojamiento se suma el servicio de lavandería, centralizado en una caseta de madera, antiguo albergue municipal de transeúntes ubicado en la huerta. En este espacio el peregrino puede lavar su ropa, limpiar las botas y ponerlas a secar.
Ramón Barandalla explica que, con anterioridad, el convento de Capuchinos había ofrecido servicio a los peregrinos. De hecho, un libro de visitas recuperado y expuesto al pie de la escalera de acceso a las habitaciones atestigua que, al menos desde 1971 hasta 2004, pasaron por el convento caminantes procedentes de América, Holanda, Francia, Austria, Alemania -también españoles- que encontraron descanso con los padres Capuchinos.
“Este proyecto en cierto modo es una continuidad, entendido como un bien social para los peregrinos, para el Camino y para Estella. Se brinda una opción de desarrollo espiritual que no tiene por qué ver solo con la religión”, apunta Barandalla.