El Ojos del Salado está enclavado en el límite entre Chile y Argentina y solo le supera en altura el Cerro Aconcagua con sus 6.962 metros. La expedición se desplazó el 28 de octubre a Chile. El grupo lo formaban, junto a Diego Casi (40 años), el médico natural de Urroz, Kiko Betelu (52 años), los bomberos Xabier Zelaia (Burlada, 50 años), Ioseba Zemborain (Burlada, 29 años) y Javier Legarra (Pamplona, 50 años), el hostelero pamplonés Luis Garceche (39 años) y los chilenos Fernando Fainberg (41 años) y Jorge Díez (33 años).
Un año para preparar la expedición y doce días para vivirla. Este es permiso con el que contaban los montañeros para llegar hasta la cumbre. Un periodo durante el que salvaron 6.400 metros de desnivel, desde los 500 de inicio hasta los casi 6.900 en la cima. Largas jornadas, algunas de ocho horas de duración, para salvar desniveles diarios de hasta mil metros.
La localidad de Copiapó, a 500 metros de altura, era el punto de partida. Con la ayuda de dos vehículos todoterrenos el grupo navarro-chileno pudo desplazarse y establecer distintos campos base móviles que permitían la aclimatación mediante un ascenso progresivo. La primera noche la pasaron en Valle Chico, a unos 3.100 m, para dar después un paseo hasta la Laguna de Santa Rosa y Salar de Maricunga, dentro del Parque Nacional del Nevado Tres Cruces (3.700 m).
“El segundo día es cuando cometí la mayor torpeza, que fue subir el pico Siete Patas a 4.700 m y bajar a 3.700 para dormir. Estaba fuera del plan y pasó factura porque en 24 horas era un cambio de altitud muy grande”, explica Diego Casi. El exceso obligó al montañero a quedarse en la Laguna de Santa Rosa mientras que el resto, con la ayuda de los vehículos, subieron un puerto y afrontaron a pie el ascenso a Pastillito (4.800) antes de volver a la laguna.
Todos juntos pasaron una segunda noche en Santa Rosa antes de continuar con la siguiente etapa: Laguna Verde (4.300 m). “Aquí yo me empiezo a sentir mal. Algunos de los síntomas son la subida de la tensión, una saturación del 60% de oxigeno, pulsaciones de 130 en reposo, noto el líquido en el pulmón por la noche y me tengo que medicar. Al día siguiente no puedo subir y me llevo un gran disgusto. Finalmente, todos descansamos y pasamos una tercera noche, lo que me permite continuar”, añade Casi.
El grupo se pone en marcha hasta Laguna Verde, donde pasan dos noches. Tras la segunda, en 4×4 suben hasta los 5.200 y montan el campamento de Atacama. “Aquí es donde entramos en materia de verdad y donde decidimos qué equipo va atacar la cima. Decidimos subir Joseba Zemborain, Xabier Zelaia, los dos chilenos y yo. En este punto ya no podemos utilizar los vehículos para portear y subimos el material necesario hasta el campamento de Tejos (5.800 m). Lo dejamos y regresamos a Atacama”, apunta el montañero.
En la siguiente jornada, junto con el médico, ascienden nuevamente a Tejos porteando el resto del material. “Este día lo recuerdo muy duro. Nunca he pasado tanto frío y miseria, por el viento y la arena. Decidimos dormir en Tejos para salir a las cinco de la madrugada y llegar hasta la cima. Eran tres kilómetros, un desnivel de mil metros y tardamos ocho horas. A la una de la tarde llegábamos arriba para disfrutar diez o quince minutos, ondear las banderas y bajar. Llegar no es suficiente y teníamos tres horas hasta Atacama. En este punto yo me encuentro muy malo por la altura”.
El plan inicial, cuenta Diego Casi, era dormir en Atacama, pero dadas las escasas fuerzas lo mejor era aprovecharlas para recoger todo el material y descender hasta Laguna Verde, donde finalmente pasaron la noche. “En altura cuesta mucho avanzar y el frío y el viento lo hacen todavía más duro. En Himalaya tuvimos más suerte. Un día nos pusimos el plumas, pero en Atacama toda la ropa que llevábamos era poca”, recuerda. El frío, las dificultades para dormir y para comer, consecuencia de la altitud, son aspectos problemáticos en una expedición de estas características.
Terminada la expedición, después de haber ampliado el viaje con unos días de turismo, de vuelta a Estella, con distancia para valorar la experiencia, ¿con qué se queda Diego Casi? Con la laguna de Santa Rosa. “Es un paraje muy bonito, mucho más de lo que se ve en las fotos, de un color intenso. El día que me sentí mal, mientras el resto del grupo hacía una pequeña ascensión, yo me quedé en el campamento y di un pequeño paseo disfrutando del paisaje y haciendo fotos de la fauna”.
¿Y el siguiente reto? “Dentro de dos años”, apunta Casi. “Está todavía sin decidir pero todo apunta a África, y no es el Kilimanjaro”, adelanta el montañero de Echávarri.