Jiménez empezó a estudiar Periodismo pero lo dejó en segundo de carrera. Después cursó Hostelería en la Escuela Taller de Estella y asegura que nunca le ha faltado trabajo. El joven, de 29 años, pone pasión en todo lo que hace, pero sobre todo en el tablao, donde como bailaor se siente “libre y poderoso”.
¿Cómo te inicias en el mundo del baile?
He sido muy bailarín toda la vida, pero ni siquiera sabía que existían escuelas para aprender a bailar. Todo empezó a través de una prima mía que se apuntó a clases de flamenco que había en Estella hace como 15 años y me dijo “mira, uno, dos tres, cuatro… y este paso se emplea siempre”. Ella empezó a dar alguna clase en Estella y me invitó a acudir. Después me fui a Pamplona, a academias, para aprender a bailar.
¿Cuál es tu estilo? ¿Qué flamenco te gusta?
Soy bastante tradicional. En cuanto a sevillanas, que es folclore, me gusta cambiarlas para no aburrirme porque se repiten todo el tiempo. Así que yo les meto mis cositas. En flamenco soy más tradicional, me gusta el tablao, que es improvisar sobre las bases clásicas. La improvisación implica que vas a estar sobre el tablao tú solo.
¿Se pone más el alma?
Por supuesto, se siente más la música. Cuando vas a un tablao en cierto modo partes de unas ideas básicas, una estructura, unos pasos, pero en función de lo que va sonando y de cómo nos vamos sintiendo en el momento lo vamos modificando. El cuerpo te pide una cosa o te pide otra.
¿Cómo te sientes bailando?
Yo me siento libre, me siento poderoso, porque el baile flamenco siempre manda. Cuando actúan el cante y la guitarra manda el cante y la guitarra va detrás, pero cuando también hay baile, el cante y la guitarra están pendientes del baile, que es el que manda y dirige.
Lo lógico no sería al revés, ¿bailar la música que suena?
Sí, se baila la música que escuchas pero la estructura de la actuación la marca el baile siempre. Por ejemplo, el tema de las velocidades y los cambios. Es muy común empezar en un palo y terminar en otro que va más rápido, por hacer como un final y que sea una fiesta; y eso lo marca siempre el baile. Y el baile marca cuando entra el cante o cuando pide un hueco en mitad de una letra para rematar o cuando quiere que haya un cambio con una falseta, que es un solo de guitarra, o el momento escobilla, que es un solo de pies. También el bailaor decide cuanto toca la guitarra o quiere que esté ‘tapao’ y suene solo compás para hacer soniquetes de pies o corporales.
¿Siempre hay música durante el baile?
Puede haber música solo de un compás e incluso momentos de silencio total y ahí bailas, y a eso yo lo llamo crear misterio y me parece que es un puntazo. No siempre, porque no hay que abusar de nada, pero me parece que queda muy bonito. Ahí tú puedes expresar tu ser, porque no hay nada de música y puedes expresarte con mucha tranquilidad, con mucha pausa, con movimientos muy tranquilos, o también puedes ser un tormento. Como manda el baile, el bailaor se siente libre.
Hablas de baile, de flamenco, y le pones mucha pasión. ¿Cuánto de pasión tiene el flamenco?
Al flamenco se le pone mucha pasión porque es un arte. Y un arte muy puro que viene de la tierra, de lo cotidiano. Los elementos del baile flamenco son el bastón, el abanico, la bata de cola, el mantón. En aquella época, las señoras que tenían dinero iban con mantón y bata de cola y bailaban en la fiesta con lo que llevaban puesto. Y de ahí nacen esos complementos. El flamenco en sí nace de todo eso. Hay muchos cantes del campo, que luego evolucionan y se convierten en un palo del flamenco. Por ejemplo, los martinetes es un palo que no utiliza música, solo se hace con un compás y eso viene de las fraguas cuando le daban con el martillo al yunque. De ahí esa pasión.
Y no podemos olvidarnos que el flamenco nace de muchas culturas. Del folclore español pero también tiene raíces africanas, morunas, latinoamericanas e incluso de Asia. Hay un palo, marianas, que viene de Hungría y lo cantan las notas. Es una mezcla muy grande. Si estudiásemos historia del flamenco estudiaríamos historia de España y yo diría que historia del mundo. No podemos olvidar la cantidad de civilizaciones que pasaron por Andalucía y todas dejaron algo. El Flamenco es inagotable, no se termina nunca, y eso es lo bonito y lo que engancha. Yo espero morir aprendiendo.
¿En qué piensas cuando bailas?
Depende. A veces pienso en mis maestras y me acuerdo de todas las correcciones que me han ido dando, otras de mi familia por todo lo que me ha apoyado y, sobre todo, pienso en los músicos, a ver qué tal andan de inspiración, y en el público.
¿Es posible ganarse la vida con el baile, con el flamenco?
Yo ahora lo estoy consiguiendo, pero es complicado. Y porque no estoy solo con el flamenco y las sevillanas, también doy clases de zumba, aerobic, step, y es que soy muy ‘apañao’ y todo lo que me echen me viene bien. Voy a Los Arcos, Arróniz, Acedo, he estado en Allo, en Mendigorría, ofreciendo actividades a asociaciones, en muchos casos de mujeres.
Empezaste a estudiar Periodismo y lo dejaste, ¿qué paso?
Empecé y en segundo curso dejé la carrera. Se me hizo dura y tenía muchas cabezas, muchas personas mirándome porque soy gitano. Ayuntamiento, Gobierno de Navarra, asociaciones de gitanos, me ponían como ejemplo y todo el mundo me apoyaba y animaba, pero me sentí presionado. Me agobié muchísimo. La universidad era un ambiente totalmente diferente al que yo he tenido siempre y el apoyo económico también falló. Así que un día decidí dejarlo y ser feliz y todo me fue muy bien. Trabajo nunca me ha faltado.
¿Es más difícil la vida para una persona gitana?
Bueno, depende. Depende de cómo seas tú como persona. Yo nunca he tenido ningún tipo de problema, siempre me he llevado bien con todo el mundo. Siempre me he sentido respetado, igual que yo he sabido respetar a los demás. Al final, qué más da. Los gitanos cada vez estamos más integrados en la sociedad y no tiene que ver. A veces pasa, yo lo sé, conozco gente que ha sentido la discriminación y es horrible. También se arrastra un cliché: gitano-flamenco, pero ¡qué quieres que te diga!, muy pocos gitanos conozco yo que se dediquen aquí al flamenco.
¿Qué afición hay al flamenco en Estella?
No es que haya demasiada, pero la hay. Está un grupito bastante majo. Lo que tiene el flamenco es que une a gente de todos los estilos, edades y razas. Poco a poco se va sumando más gente, en ocasiones gente que viene de las sevillanas. Mi frase favorita es “qué gente y qué momentazo nos trae el flamenco”. Se forma una piña muy bonita, con gente de mentalidad muy abierta. Todo el mundo es bienvenido.
¿Cuál es la primera lección que transmites a tus alumnos y alumnas?
Me importa que disfruten, que aprendan, pero no una coreografía. Otra de mis frases es “haz lo que te salga”. Que no quieres levantar tanto el brazo, pues no lo levantes, no pasa nada. Eso es lo bonito del arte. Que aprendan disfrutando y entiendan cómo y porqué lo hacemos.
¿Tienes algún sueño?
Millones. Nunca se sabe dónde vamos a acabar, qué vamos a poder hacer. Me gustaría seguir los pasos de Juncal, me parece una mujer maravillosa, luchadora. Cuando vino a Pamplona hace unos 20 años eran momentos difíciles y siempre ha tirado del carro, y lo sigue haciendo.
Marchando unas rápidas
Tu bailaor/a preferido. Adoro a Vanesa Montero, madrileña, que está en Cádiz. Es amiga mía, una artistaza alucinante. Sus clases son increíbles.
Un estilo de baile. Tradicional.
Un palo. Alegrías. Son muy navarricas, tienen un aire de jota muy interesante.
Una letra. De Navarra, por ejemplo: “Un duro le di al barquero por cruzar el Ebro a verte, que los amores de Navarra son caros pero son buenos”.