““En cuatro o cinco semanas, a lo largo de 800 kilómetros,va cambiando todo: el paisaje, la cultura, las costumbres, el lenguaje e incluso la gente”
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Incansable después de cada aventura, vuelve a Ayegui a retomar su labor como alberguero. Schwagereit abandonó Alemania a los 18 y, mecánico de camiones de profesión, ha vivido 20 años en Suecia y 18 en Suiza. Decidió jubilarse con 52 años y disfrutar de las cosas sencillas. En el Camino ha encontrado no solo su sitio sino, también, asegura, su familia.
¿Cómo surge el primer Camino?
Mi primer viaje a España fue en 1998, dentro de una ruta en coche por Europa durante la que recorrí Alemania, Bélgica y la costa francesa antes de llegar a España. Recuerdo que estuvo todo el tiempo lloviendo hasta que llegué a España. Fui a ver a un amigo a Málaga y en la televisión, a través de un programa, supe por primera vez del Camino de Santiago. Me llamó mucho la atención, así que me prometí a mí mismo que lo tenía que hacer. Fue en 2004, cuando me jubilé, cuando realicé mi primer Camino.
El primero de una larga lista que sigue creciendo.
Sí, acabo de regresar a finales de junio de mi último Camino, el Primitivo, desde Lugo a Santiago. Con él suman 28 las veces que he hecho alguna de las Rutas. En 2004, 2006, 2007, 2008, 2009, 2010, 2011 y 2012. El año pasado, en 2012, hice un camino al mes, doce en total.
Uno por mes en 2012 y 28 en total, ¿no llega a resultarle algo monótono?
No, no me aburro. Cada vez que hago un Camino y cada día son diferentes. Por ejemplo, en los meses de verano, en julio y agosto, dormí en la calle. También he caminado bajo la luz de la luna llena.
¿Por qué tantas veces? ¿Qué le proporciona realizar un Camino tras otro?
Para mí hacer el Camino supone conocer otra gente y me da libertad. No tengo familia, soy libre, el Camino es mi familia. En cuatro o cinco semanas, a lo largo de 800 kilómetros, va cambiando todo, el paisaje, la cultura, las costumbres, el lenguaje, e incluso la gente, porque también hay diferencias entre un navarro y un gallego.
¿Prefiere hacer el Camino en solitario o agradece la compañía?
La mayor parte del tiempo camino solo. Puedo pensar, puedo estar tranquilo, oler las flores, hacer fotografías, andar ahora más rápido y después más lento. Para mí esto es muy importante.
Un día decidió quedarse en Ayegui, ¿cómo tomó aquella decisión?
Siempre que había hecho el Camino con anterioridad a 2007 había parado aquí. He conocido muchos albergues y sitios durante todo este tiempo y puedo decir que el de Ayegui es el mejor, sobre todo por su gente. Tengo mucho contacto con los vecinos y todo el mundo me conoce. Salgo del albergue y la gente me dice, “hola, Peter”, “¿qué tal, Peter?”. Estoy muy a gusto.
¿Cómo es su vida en el albergue?
Vivo aquí y lo atiendo como voluntario. Durante ocho meses estoy en el albergue y el resto del tiempo lo dedico al Camino. Yo atiendo el albergue, me encargo de todo, desde recibir a los peregrinos hasta las labores de limpieza.
Experto en el Camino, ¿qué consejos da a los peregrinos que pasan por aquí?
Puedo hablarles de un montón de cosas pero algo que me preguntan y a lo que no puedo dar respuesta es al tema de las ampollas. Yo nunca he tenido, en ninguna ocasión de las 28 que he hecho el Camino. Lo único que hago, quizá ahí esté la clave, es que llevo siempre cuatro pares de calzado diferentes para utilizarlos según las condiciones, el calor, el frío o el agua.
¿Aconsejaría a quien no ha hecho el Camino que lo haga al menos una vez en la vida?
Por supuesto. Incluso que esté una semana de hospitalero.
¿Cuál será su siguiente Camino?
Preparo para el 2014 la Ruta de la Plata.
Título
Diferentes EXPERIENCIAS
El más difícil. Por ejemplo, el año pasado, en 2012, cuando hice el Camino en octubre. Hacía mucho frío, después calor, y llovió muchísimo. Fue necesario llevar mucha ropa.
El más asequible. Por el contrario, en septiembre, igualmente por el clima agradable y porque encuentras el campo y la naturaleza muy bonitos, las uvas en las viñas, los colores…
El momento más satisfactorio. La primera vez que hice el Camino. Nunca se me olvidará cuanto llegué al Monte do Gozo, desde donde se ven las torres de la catedral de Santiago.