Los jesuitas Edmund Campion, Robert Southwell y Robert Parsons habían priorizado al recientemente fallecido fraile estellés como voz y palabra del catolicismo cuando no quedaran en la isla sacerdotes para poder predicar a los católicos ocultos. En caso de ser detenidos serían acusados de alta traición y ejecutados de manera atroz. Campion pronto alcanzó ese destino, siendo ahorcado, arrastrado, descuartizado y decapitado en el infame Tyburn en 1581. Southwell y Parsons prosiguieron su labor sin desfallecer. Si los demás jesuitas de la misión inglesa se dedicaban a formar a jóvenes sacerdotes ellos serían las “manos a la obra”. Establecieron imprentas por la costa norte de Francia en lugares como Ruán y Douay y comenzaron a publicar ejemplares del libro del estellés.
Edmund Campion antes de morir, y probablemente por relaciones familiares de Robert Southwell entró en contacto con George Cotton, en Warblington Hall, su residencia. Allí probablemente le entregaría una copia del Libro de la Vanidad en latín para su traducción al inglés. Cotton era un “Recusant”, un católico que se negaba a acudir a la misa anglicana y que pagaba multas para evitarlo. De familia noble se arruinaría a lo largo de una década pagando estas multas, siendo después expropiado de sus tierras y posesiones y finalmente encarcelado. Es allí en prisión, como él mismo indica en el manuscrito, donde lleva a cabo la que sería la primera traducción de Fray Diego al inglés (“From the prison Aprilis 7. Anno Domini 1584, nost capt. 7”). Robert Southwell recogería esta traducción, mientras creaba a lo largo de todo el valle del Támesis, una red de casas seguras para los católicos.
El hostigamiento era tan intenso que para contrarrestarlo utilizaba un nombre falso, en muchas ocasiones el de Cotton, y junto con Parsons jugarían al gato y el ratón con los espías de Walsingham. Para editar las obras de Fray Diego falsificarían los lugares de edición, los traductores…. Sólo la tipografía utilizada nos da una idea de que fue Ruan el origen de esa primera edición de 1584. Después sería reeditada en Douay en 1604 y en St Omers en 1622.
Ejecutado Campion, Southwell lidera a los jóvenes sacerdotes que parten de Francia a la misión inglesa, o al martirio. El Libro de la vanidad del mundo viaja entre los fardos de mercaderes simpatizantes o en el doble fondo del baúl de estos misioneros. El contraespionaje gubernamental les espera en los puertos para registrar en busca de esos libros. Los métodos se vuelven más arriesgados, pequeños barcos o botes de vela cruzan el canal las noches sin luna, o arrían las velas y hacen el último tramo a remo para evitar ser descubiertos por los vigías. Una vez en tierra buscan una casa segura, desde Dover hasta Sussex, y desde Oxford hasta Londres. En su camino dejan los libros del estellés para ser repartidos entre esas familias que pueden tardar tiempo en volver a ver otro sacerdote. Ellos los repartirán también entre sus vecinos y familiares católicos, los dejarán abandonados en los bancos de las iglesias para que manos casuales los encuentren…
La respuesta anglicana no tarda. En 1586 Thomas Rogers realiza la adaptación anglicana del Libro de la Vanidad. El libro gusta, el estellés tras sus problemas con la inquisición y con Felipe II, tiene una sombra de sospecha que es bien utilizada por este ministro anglicano. El éxito es tal que las ediciones se sucederán durante 4 siglos. Rogers hábilmente ha adaptado el dogma católico de Fray Diego al protestantismo, manteniendo todas las referencias eruditas que crean euforia entre los potenciales lectores del siglo XVI. Y pretende igualmente crear confusión. El libro de Fray Diego circula en dos versiones, católica y protestante, ilegal y legal, perseguida y fomentada. Una locura.
Tras la Babbington plot de 1586, el último intento católico de eliminar a Elizabeth y poner en su lugar a María Estuardo, y con la que había sido reina de los escoceses ya decapitada en febrero de 1587, la persecución se torna paranoica.
Los sacerdotes católicos en misión son martirizados y ejecutados de manera rutinaria para regocijo anglicano y Southwell y Parsons se convierten en objetivo prioritario. Parsons evitará volver a Inglaterra entregándose a la edición de los libros y a potenciar las imprentas en la costa, estableciendo incluso lazos de financiación con España. Es irónico como Felipe II, tras su enfrentamiento personal con Diego de Estella, se encontrará apenas 6 años después de la muerte de éste sufragando la publicación de sus obras al inglés.
Ante esta falta de dirección espiritual los libros de Fray Diego, su modo ascético y racional de progresión en la fe se vuelven indispensables en las noches de lectura y formación de las familias católicas ocultas. Convencido de su idoneidad, Southwell personalmente traduce desde el italiano al inglés las Meditaciones del amor de Dios para utilizarlas igualmente en la misión. Pero antes de poder empezar su difusión, y tras 6 años de misión es traicionado. Richard Topcliffe, un Joseph Mengele del siglo XVI, encuentra finalmente su presa más codiciada. El caza-sacerdotes viola y tortura a Anne Bellamy, una prisionera católica, para que convenza a Southwell de acudir a una reunión, donde finalmente le detienen. Sus últimos años son inenarrables. Su final, martirizado, malamente ahorcado y descuartizado en Tyburn, será para él un descanso.
Permanecían ocultos y acudían a las misas anglicanas, para practicar después misas u otros ritos católicos en la privacidad de sus hogares, formando a sus hijos como católicos. Los conformistas eran muchas veces vilipendiados por los otros católicos, pero como vemos en los casos anteriores, fueron la causa real de la supervivencia del catolicismo en Inglaterra.
Una de estas familias, también relacionada con Edmund Campion y Robert Southwell, eran los Borlas, de Marlow, una de esas familias que siempre está en la lista de herederos a la corona, pero nunca demasiado arriba. Y allí sería entregado también un ejemplar de la Vanidad, en latín, que se utilizará para los oficios y que Sir William Borlas of Marlow traducirá parcialmente al inglés como un regalo para que su abuela pueda comprender las palabras de Fray Diego. Hace varias décadas descubrí esta traducción manuscrita de 1606, nunca editada, en la Bodleian Library de Oxford y siguiendo la estela de su traductor, estuve en la iglesia de la diminuta localidad de Little Marlow, de unos 100 habitantes, donde Sir William yace enterrado. El rector de la parroquia me indicó que los Borlas, aunque casi siempre ocultos, permanecerían católicos hasta la llegada de la libertad religiosa a la isla.
Southwell, Campion, Parsons… Muchos hombres se jugarían literalmente la vida por los caminos, siendo encarcelados, torturados o descuartizados, para conseguir que la palabra de nuestro fraile estellés sostuviera la antorcha de la fe de los hogares católicos ingleses.