¿Qué significa para ti Lizarra Ikastola?
Significa todo. Me ha dado todo, hasta el idioma. Porque yo no hablaba euskera y cuando me ofrecieron llevar las cosas de oficina empecé a estudiar euskera por las tardes y noches en el AEK. De la ikastola yo siento hasta el primer ladrillo que se puso aquí. Al principio fueron momentos duros, años difíciles. Como muchas familias, mi marido y yo, recién casados, pusimos dinero para construir este edificio, que luego nos iban devolviendo. Por eso la unión sentimental es muy fuerte.
Más de cuarenta años en el centro, ¿han pasado rápidos?
Han pasado muy rápidos porque somos un centro muy dinámico. Recuerdo los paneles que hacíamos por San Miguel de Aralar o los juegos en cartulina para poner en las paredes, se metían horas y horas. Ahora echas la vista atrás y piensas ¿cómo hemos hecho tanto? Pero después de mucho trabajo, recogemos los frutos, Lizarra Ikastola es hoy un centro muy asentado y serio.
¿Ha cambiado mucho?
Antes había mucho empeño y mucha ilusión, y de aquel empeño y aquella ilusión tenemos un centro como digo consolidado y con mucha experiencia a nuestras espaldas. Entonces éramos gente muy joven, poníamos muchas ganas en todo. Hoy también es así.
¿Algún recuerdo especial de los inicios?
Las fiestas de final de curso en Urbasa. Era poner el broche de oro, subía mucha gente. Desde Semana Santa la estábamos esperando. Y hay muchas anécdotas. Una vez se nos perdió un niño, subía Julián Larumbe de víspera con los chiquillos, compartíamos la comida que llevábamos… La verdad es que era un día muy bonito.