En marzo de 2021, en plena pandemia, el joven se desplazó desde Ecuador, donde terminó la carrera de Aeronáutica, para realizar formación especializada en el país europeo.
Un año después, el estallido de la guerra le obligaba a dejarlo todo. Tras un peligroso periplo de cinco días para cruzar Ucrania, también Europa por vía terrestre, el viernes 4 de marzo llegaba a Estella, donde vivió desde los 14 años y donde reside actualmente su familia.
Álvaro Ramírez nunca pensó que fuera a vivir la experiencia de una guerra. El día 23 de febrero, víspera de la invasión rusa, el estudiante ya recibió aviso desde la universidad sobre lo que iba a pasar y le animaron a salir del país. Sin pensarlo, compró un billete de tren a Lviv. “Por la mañana del día 24 ya me despertaron los fuertes sonidos. Ahí empezó todo. Me fui a buscar cambiadora de dinero pero estaba todo cerrado y la gente, como loca. Fui a ver el tren y estaba cancelado. Ahí me preocupé”, cuenta.
Fue el primero de varios intentos infructuosos por llegar a la estación del tren, hasta que el domingo 27 por la mañana finalmente lo consiguió junto a otro amigo. Pero antes de eso, ese mismo domingo, ocurría un hecho que Álvaro Ramírez jamás olvidará, un suceso que le hizo sentir entre la vida y la muerte.
“Fuimos caminando mi amigo y yo hasta la estación de metro, pero era un búnker. Arriba, como en un tercer piso, vimos personas civiles, no sé si eran pro rusos o neonazis, que nos dispararon. Conseguimos llegar a un callejón, sin salida, que tenía un punto ciego, una esquinita donde nos metimos. Vimos la muerte, oíamos que nos buscaban. Estábamos muy asustados, únicamente podíamos rezar. Cuando escuchamos que se alejaron salimos y, sin mirar atrás, alzando las manos y mostrando nuestra documentación de estudiante nos fuimos para casa”.
Perdida toda la esperanzan y con la decisión de quedarse en el búnker del edificio a que pasara la guerra, una llamada de la jefa de Álvaro de un call center en el que trabajaba hizo cambiar su suerte. “Me preguntó si conseguí salir, le dije que lo habíamos intentado sin éxito y me dijo que en esa zona era muy difícil conseguir un taxi. Ella había conseguido uno y, si quería, en cinco minutos me podría marchar a la estación de tren. No lo dudé y nos fuimos mi amigo y yo”.
Los dos compatriotas lograron montar en tren y tras un viaje largo de 16 horas llegaron a Lviv. Aquí conocieron a otros tres chicos ecuatorianos y los cinco tomaron un taxi para llegar hasta la frontera con Eslovaquia, donde ya les atendieron ONG´s y la Cruz Roja. Poco después, la embajada de Ecuador contactó con ellos, les puso un hotel, les dio comida y les ofreció repatriación.
Álvaro volvía a Estella, así que un largo viaje vía terrestre le aguardaba todavía hasta Biarritz, donde esperaba su padre. Cinco jornadas después de dejar su casa en Járkov, el periplo de Álvaro Remírez tuvo final feliz. “Hemos vivido algo histórico, de mala manera, pero finalmente salió todo bien. Dos días después de llegar a Estella, bombardearon mi zona”. Álvaro muestra en su móvil una fachada multicolor con un boquete que borra la ventana anexa a la ventana de su habitación. “En el mismo piso, al lado”, dice. Sus deseos pasan ahora por disfrutar del reencuentro con su familia, ayudar laboralmente a su padre y confiar en la convalidación de sus estudios para terminarlos en España y poder trabajar en lo que realmente desea: la aviación.
