Una brecha en el paraíso griego

Marien Mejail ha estado durante tres semanas repartiendo comida en un campamento de refugiados de la isla de Chíos

Marien Mejail Molina llegó a Estella con su familia hace 14 años. Emigró desde Argentina hasta la Ciudad del Ega para iniciar una nueva vida. Tiene 25 años y es maestra de profesión. Quizá porque sabe lo que cuesta dejar un hogar, una ciudad en la que te has criado o lo que se siente al despedir a personas a las que quieres, tomó la decisión de volar el 13 de enero hasta la paradisíaca isla griega de Chíos -situada en la parte oriental del Mar Egeo- supuesta patria de Homero. Aterrizó en la ciudad, que comparte el mismo nombre que la isla y que está situada a tan solo 10 kilómetros de la costa Turca, junto a otros voluntarios del proyecto guipuzcoano ‘Zaporeak-Sabores’. El objetivo: aportar su granito de arena al conflicto de los refugiados.

Estuvo tres semanas cooperando y el pasado 31 de enero volvió a Estella. Marien ha querido compartir con Calle Mayor su experiencia porque, tal y como nos contaba, “cuando vuelves sientes la necesidad de explicar lo que has vivido allí”.
Entre las murallas de un castillo
El viento y la humedad del mar son habituales en la ciudad costera de Chíos. Los amaneceres y atardeceres regalan a la isla colores increíbles en su horizonte mediterráneo, y las aguas cristalinas del Mar Egeo dotan a la costa de una belleza mágica. En medio de tanta maravilla también hay un castillo; un castillo antiguo que está rodeado de murallas que forman una brecha. Un agujero en donde alrededor de 1.000 corazones de niños, jóvenes, adultos y ancianos laten con desesperación para conseguir un nuevo lugar en el mundo.
Esta brecha acoge a uno de los dos campamentos de refugiados que hay en la ciudad. Recibe el nombre de Souda y es el lugar en donde Marien Mejail ha estado repartiendo alrededor de 1.300 raciones de comida a los refugiados que esperan, con inquietud e incertidumbre, a que se abran los muros europeos. Llegan desde Turquía y en Chíos esperan a ser entrevistados por las autoridades para llegar a Atenas y poder continuar el viaje hacia un nuevo hogar.

“UNA FAMILIA DE ALEPO ME AFIRMABA QUE PREFERÍA VOLVER A SU CIUDAD DEVASTADA A SEGUIR EN EL CAMPAMENTO”

Gratitud y amabilidad en medio de la violencia
Lo que más le impactó a Marien cuando tomó contacto con las personas del campamento fue la amabilidad y la gratitud que mostraban cuando se les repartía la comida. También descubrió que en aquel campo convivían personas de multitud de nacionalidades. Desde sirios e iraquíes huyendo de la guerra hasta marroquíes, argelinos, pakistaníes y somalíes escapando de los conflictos latentes de sus países. “Debido a esta gran variedad de nacionalidades hay peleas diariamente y, en muchas ocasiones, apuñalamientos”, afirma.
A veces se desataban momentos de mucha tensión, como cuando estaban repartiendo la comida y un joven, a la entrada del campo, estaba intentando ahorcarse. “Ha sido lo más duro que viví en el campamento. Encima teníamos la orden expresa de no actuar ante situaciones extremas y de riesgo, lo que me creó mucha impotencia. Fueron a cortarle la cuerda los propios refugiados que estaban en la zona. Solo pueden actuar ellos, la policía o los militares”, relata.
Otro de los momentos amargos que vivió fue cuando una familia de Alepo le confesó que prefería volver a su ciudad, ya devastada, a seguir en el campamento de refugiados.
Satisfacción y frustración
“Mi sensación es de que subsisten en el campamento gracias a las ONGD pequeñas porque por ejemplo, las tiendas tienen el logo de conocidas grandes organizaciones, pero allí no ves a ningún voluntario de esas insitituciones”. Marien volvió a Estella el día 31 de enero y su sensación es de no haber ayudado lo suficiente. “Por lo que vi, el refugiado no tiene derecho a nada. Hay muchos niños en el campo y ni siquiera se les da una educación.
Llegan montones de refugiados en las barcas y la policía los trata como si fueran animales en vez de personas. He visto desprecio y violencia hacia ellos y no hay derecho”, recalca.
Se siente satisfecha con la labor realizada pero confiesa que los refugiados no quieren eso. “Cuando me iba, uno de los chicos me cogió del brazo y me pidió que hiciésemos algo desde aquí, que explicáramos que lo que necesitan es que se agilicen los trámites y se abran los muros para que todos continúen su camino”, recordaba.
“Es verdad que hay violencia porque la situación es extrema, pero he de decir que aquí nos quieren vender la idea de que no pueden dejar pasar a los refugiados porque hay mucho terrorista. Pero créeme que el terrorista no está en el campo de refugiados”, declara convencida.
Preguntamos a Marien si tiene la intención de volver a Chíos. Su respuesta es clara: “Ojalá no tenga que volver porque todo se haya solucionado”.

‘Zaporeak-Sabores’, una iniciativa
solidario-gastronómica y el día a día en Souda

La ONG donostiarra Zaporeak-Sabores se encarga de dar de comer a los alrededor de 1.000 refugiados que hay en el campamento junto a otros grupos que operan en la zona.
Desde que los voluntarios llegan a la ciudad de Chíos lo primero que hacen es ir a la cocina que tiene la ONGD, a unos cinco kilómetros del campamento, para preparar la comida para todas las personas del campamento más los voluntarios.
Al mediodía comenzaba el reparto de la bandeja con la ración de comida, el pan y el postre. Las personas del campamento hacían una fila y se les repartía las raciones por familias.
Por la tarde los voluntarios tenían tiempo libre. Marien no dudaba en volver a bajar al campamento para jugar con los niños y conversar con las familias. “Nos preparaban comidas típicas de sus países, que estaban riquísimas, y también nos invitaban al té. Me hice amiga de un grupo de chicos de mi edad que eran de Siria. Charlábamos de la vida en general; son jóvenes que en sus países iban a la universidad. Las familias con las que estuve me contaban que en sus países tenían su trabajo y sus hijos recibían una educación”, explica Marien.

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